Brincos Dieras, de lavacoches al payaso más irreverente de México; ¿Cómo lo logró?

Este 11 de noviembre llega a la Arena CDMX para celebrar 30 años de risas.

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Brincos Dieras

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En el escenario, la risa de Brincos Dieras retumba como trueno, su energía parece inagotable y su picardía rompe cualquier formalidad.

Brincos Dieras, el payaso más irreverente de México, celebra tres décadas de hacer reír con un estilo único, desbordante de improvisación, desparpajo y un toque de ternura escondida tras la pintura blanca. Pero detrás del personaje que grita “¡Chamoy!” con orgullo, está Roberto Oliva, un hombre que conoció el trabajo duro, la humildad y la gratitud mucho antes de conocer la fama.

El 11 de diciembre, la Arena Ciudad de México será testigo de su gran celebración: 30 años de carrera en los que ha pasado de actuar en fiestas locales a llenar recintos en todo el continente.

“Estoy muy feliz porque voy a cerrar mi gira de aniversario aquí, serán cuatro horas de puras risas, tendré tres invitados especiales: Kevin Contreras, Tito “El Ranchero” y El Chulo”, nos dijo en entrevista con TVyNovelas, con esa mezcla de orgullo y sencillez que lo caracteriza.

Su historia podría parecer una película mexicana de las de antes, de esas donde el protagonista vence la pobreza con humor y esfuerzo.

Nacido en Monterrey, Roberto creció en una familia humilde que le enseñó el valor del trabajo. “Antes de ser comediante y payaso tuve mil trabajos, lavé carros, fui ayudante de cocina, vendí periódicos, frutas, pero luego la vida me premió con este trabajo que me divierte tanto”, recuerda.

La historia de Brincos Dieras comenzó con un traje prestado y una nariz roja que le cambió la vida. Lo que empezó como un acto callejero se convirtió en un fenómeno viral y luego en un símbolo del humor regio: directo, travieso, sin filtros, pero siempre con carisma. “Lo mejor de estos 30 años es que cada vez le gusta más al público, son muchos seguidores los que disfrutan de esta comedia tan irreverente. La gente no sabe lo que pasará en el escenario porque improvisamos, jugamos con el público y se la pasan muy bien”, dice entre risas.

Ese estilo libre lo distingue. No hay guion que lo limite ni público que no lo adore. Sube gente al escenario, improvisa, se burla de sí mismo y de todos con la misma naturalidad con la que un amigo de barrio cuenta chistes en la esquina.

“Lo primero que me compré cuando comencé a ganar dinero como comediante fue una televisión grande, la sacamos en cuotas. Recuerdo que también me compré un carrito viejito, un Chevrolet Celebrity 85, ya después se fueron dando mejor las cosas”, cuenta con nostalgia, recordando esos primeros pasos donde cada logro se celebraba en familia.

Y es precisamente la familia el eje de su vida. “Yo acabo de cumplir 25 años de casado, tengo a mi esposa, mis hijos, mi nieta y soy feliz. Creo que la familia es la chispa diaria para encenderme. He trabajado mucho para construir un patrimonio y que se sientan bien orgullosos de mí”.

Hoy, su hija de 25 años y su hijo de 21 lo acompañan con orgullo, mientras su nieta, de apenas ocho, ve en él al payaso más divertido del mundo. “Mi nieta sabe que su Tito es payaso y lo disfruta mucho”, comenta con una sonrisa que se escapa del maquillaje.

El éxito no le ha hecho olvidar sus raíces. “Vengo de una familia muy humilde y siempre me enseñaron a ayudar a la gente, y aunque la fama te lleve por un proceso difícil, porque cambia tu vida de un día a otro, yo siempre tengo claridad de mis valores. Tengo los mismos amigos de la infancia, no me creo más que nadie”.

Esa claridad le ha permitido sortear los escándalos que suelen rondar a los comediantes. Cuando se le pregunta por las polémicas que han perseguido a colegas como Platanito o Chuponcito, responde con calma: “Yo creo que puede ser consecuencia de la fama, cambia a las personas, por eso hay que saberla controlar”. Su éxito no solo se mide en risas, sino en resistencia.

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