Llegó al quirófano, pensó que era cáncer y hasta se despidió de sus amigas: Primera actriz relata su calvario

¡Venció a la muerte! Fuertes dolores estomacales llevaron a Luz María Aguilar al quirófano.

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Luz María Aguilar y amigas.

El día de su cumpleaños número 90, mientras otros celebran con pasteles y abrazos, Luz María Aguilar lo vivió en una camilla, con el abdomen perforado por las piedras de una vesícula que amenazaba con arrebatarle la vida: “Me sentía tan mal que hasta me fui a despedir de mis amigas”, confiesa en entrevista con TVyNovelas, y su voz, aunque firme, carga el peso de una despedida que estuvo a punto de ser definitiva.

Fue Jacqueline Andere quien, sin saberlo, organizó su “adiós": una comida de cumpleaños entre entrañables, donde Luz María, convencida de que sus horas estaban contadas, decidió darles un último abrazo.

“EL PLAN ERA LONDRES, NO EL QUIRÓFANO”

Luz María Aguilar | Foto: Javier Arellano

Todo comenzó como un leve malestar. Dolor en el estómago, digestiones complicadas, una pastilla antes de cada comida: “Yo lo que pensaba era que tenía cáncer de estómago”, dice con una naturalidad que desarma. La invitación de su hijo a conocer Londres tuvo que quedar en suspenso. Su cuerpo la estaba llamando a otro destino: la sala de urgencias. “La madrugada del 26 me dio un dolor muy fuerte, llamé a mi hijo y fue corriendo a mi casa”, narra. Fue un acto de amor filial lo que la salvó.

Ya en la clínica, los estudios revelaron el enemigo oculto: una vesícula al borde del colapso, invadida por piedras. La intervención fue inmediata. “Me hinqué en la cama, le agradecí a Dios por haber tenido una vida tan plena”.

Luz María Aguilar no teme hablar de la muerte. La enfrenta como quien contempla una vieja fotografía. “Con 90 años vividos estaba bien”, admite, sin drama ni lamentos. Porque su vida —como ella misma la describe— ha sido rica en amor, en carrera, en plenitud.

Y sin embargo, el universo tenía otros planes. “Ese mismo día, en la tarde, me llamaron de parte del Güero Castro para ofrecerme trabajo y me cambió la vida, me inyectaron de alegría”. En una misma jornada, Luz María se debatió entre la muerte y la resurrección artística. De la camilla al set.

A menos de tres meses de su cirugía, Luz María Aguilar volvió al foro. Hoy da vida a la Madre Superiora en Los hilos del pasado, remake de la recordada El privilegio de amar. En este nuevo ciclo, su experiencia, su temple, y esa mirada llena de historia, iluminan la producción del “Güero” Castro.

“Estoy feliz de trabajar a mi edad, es un privilegio seguir contando historias”, declara. Y lo dice con una mezcla de gratitud y firmeza, consciente de que no todos tienen ese destino. “Cada proyecto es una experiencia diferente”, y a su edad, cada experiencia también es un milagro.

“MIS PULMONES ESTÁN FREGADOS POR EL CIGARRILLO”

Hay una batalla que Luz María ha decidido pelear sin disfraces ni excusas: el cigarrillo. “Cuando mi hijo tenía un año lo dejé durante 14 años, pero cuando creció volví a caer en el vicio”, recuerda. El precio ha sido alto. “Mis pulmones no han llegado al EPOC, pero están todos fregados”, dice sin rodeos.

La decisión ha sido tajante. Esta vez es la definitiva. No sólo por ella, sino por quienes ama. “Lo hago por mis nietas, no quiero que vean a una señora con oxígeno para poder respirar”. La adicción, como tantas otras cosas, no respeta edad ni fama, pero la intérprete ha decidido enfrentarla con la dignidad que la ha caracterizado siempre.

La vida, asegura, la ha vivido con los ojos bien abiertos. “Desde niña soy agradecida”, dice, y esa filosofía parece haberla blindado contra el veneno de la amargura. “No debes permitir que nada malo llegue a tu vida, no te mortifiques si te hacen el feo, eso viene de alguien con problemas”. Esa espiritualidad no es fingida ni impostada. Viene de su infancia, cuando estudiaba en un convento durante la guerra. “Yo quería ser monja, se me hacía tan bonito”, rememora. Aún hoy escucha dos misas por televisión cada domingo. Su fe es íntima, callada, sin alardes.

La artista es, en efecto, un testimonio viviente del arte de vivir con elegancia. No ha escrito su historia con rencores, sino con gratitud. Nunca se sintió invencible, pero tampoco derrotada. Su regreso al set después de estar al borde de la muerte es más que un gesto profesional: es una declaración de amor a su oficio, al público y a la vida misma. Mientras muchos a su edad ya han bajado el telón, ella continúa en escena. No por terquedad, sino porque aún tiene algo que decir. Y lo dice cada vez que una cámara se enciende, cada vez que un personaje nace en sus manos. Y cuando se le pregunta cuál es el secreto para llegar así a los 90, responde con esa sabiduría que no se estudia en academias: “Ser feliz y dar las gracias”.

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