MANUEL ADRIÁN es un intérprete que ha logrado, con su voz, transportar a cientos de bohemios. Es un ejemplo de vida, pues pese a las tempestades, nunca se vence
TEXTO: VÍCTOR HUGO SÁNCHEZ • FOTOGRAFÍAS: JAVIER ARELLANO, CORTESÍA
Manuel Adrián, cantante invidente desde hace 50 años, ni lo piensa cuando le hago una pregunta absurda, casi casi estúpida: “Si tuvieses la oportunidad de cambiar estos 50 años de exitosa trayectoria, en la que sigues conservando esa privilegiada voz, por la oportunidad de ver, ¿lo cambiarías?”. “No, definitivamente, no. Sufrí mucho al principio, sí, pero las satisfacciones que me ha dado esta carrera no las cambio por nada”. Y es que a partir de los 17 años perdió la vista de manera paulatina, y luego, acelerada por una mala intervención quirúrgica. Y aislado del mundo (“me daba vergüenza salir, que me vieran, que vieran cómo me tropezaba, etc...”) recibió la visita de un amigo que lo conminó a cantar, a aprender a tocar guitarra, y una cosa llevó a la otra. Comenzó a salir, a tener una vida social en la que iba a fiestas a cantar, a dar serenatas y así se ganaba la vida. Fue así que un día llegó a conocer a Margo Sú, dueña y directora del emblemático Teatro Blanquita, donde Manuel, siendo un jovencito, entró por la puerta grande, abriendo los shows de celebridades como Lucha Villa, Lola Beltrán, José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel...
“ME QUERÍA MORIR AL QUEDAR INVIDENTE”
¿Qué cantabas en esos shows? Canciones de Joan Manuel Serrat; pensaban que al público del Blanquita quizá no le gustaría, pero grande fue mi sorpresa que sí, gusté y ahí estuve mucho tiempo, y comencé a alternar con actuaciones en un bar que estaba en el restaurante Arroyo. En las muchas veces que nos hemos encontrado, por trabajo o por gusto, Manuel Adrián siempre anda elegantemente vestido. Traje, corbatas, mancuernas, el “cacle” impecablemente boleado... Y es un tipazo, cálido, afectuoso... Canta todos los fines de semana (de viernes a domingo) en Casa Regia, un restaurante donde, como Vicente Fernández, mientras aplaudan, él canta.
¿Lloraste mucho? ¿Odiaste al médico que te desgració? ¿Renegaste de Dios? Eras muy joven cuando te ocurrió esa desgracia... Lloré mucho, mucho; no odié al médico, y mucho menos cuestioné a Dios. Siempre he sido un hombre de fe y, como dicen, Dios sabe por qué hace las cosas. Me quería morir, sí, pero nunca cuestioné a Dios. Gracias a la cantada ha sido empresario de restaurantes y bares, y así pudo pagar su casa. La cantada lo llevó a ser amigo de José José, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Pepe Jara, Hugo Jordán y un sinfín de hombres poderosos para los que ha cantado en fiestas privadas. Has sido amigo de Arturo “El Negro” Durazo y de Francisco Sahagún Baca, a quienes calificaron como mafiosos con licencia y placa... Yo nunca cuestiono lo que hacen, hicieron o dejaron de hacer. A mí me contrataban para ir a cantar a sus casas, en fiestas privadas, y a veces se daba una amistad, una relación; puedo decirte que durante los años que intenté recuperar la vista, que fueron varios, algunos de ellos me pagaban los viajes, los médicos, y yo sólo puedo estar agradecido de que en tantos y tantos años he sido un hombre muy querido, muy afortunado.
“SOY UNA PERSONA INMENSAMENTE FELIZ”
Aunque en estos 50 años la prensa no le prestaba mucha atención, especialmente en las últimas dos décadas, un suceso venturoso provocó que Manuel Adrián saliera a la luz y que muchos medios de comunicación hablaran de él. Durante una de sus actuaciones en Casa Regia, recibió la llamada telefónica de José José, y yo fui el afortunado periodista que, sin pedir permiso ni preguntar, grabé un video de esa llamada y, al colocarlo en las redes sociales, se hizo viral, dándole la vuelta al mundo porque fue, seguro, la última “aparición” pública del Príncipe antes de su deceso. En esa llamada te dijo que eras de sus cantantes favoritos. ¡Qué importante! Fuimos muy amigos; era de ir ac omer a la casa, de yo ir a la suya...Lo extraño mucho. ¿Cuál es la imagen que se quedó grabada en tu mente antes de quedar invidente? El mar, tan majestuoso, sus colores. De muchas cosas que vi, se me han olvidado bastantes; pero el mar es el recuerdo más vivo que tengo de esa época, antes de quedar ciego. No usa bastón y no gesticula como muchos invidentes; usa anteojos transparentes, aunque no vea, para no hacerse notar como ciego. ¿Eres feliz, Manuel? Sí, mucho; soy una persona inmensamente feliz. Desde hace unos meses celebra sus 50 años de trayectoria, y espera hacer una gran fiesta, acompañado de muchos artistas que, como él, se dedican a la bohemia.